"Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío"   Don Quijote de la Mancha

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Exigencias y garantías

Me he preguntado muchas veces por las garantías que como ciudadano me debería ofrecer nuestro Estado social y democrático de Derecho cuando, mediante unas elecciones electorales o un nombramiento a dedo, otro ciudadano se convierte en presidente – de un gobierno o Comunidad Autónoma -, o en ministro. Me lo he preguntado muchas veces porque en otros asuntos de la vida pública que también me afectan directamente al igual que la política, SÍ las tengo. Por ejemplo, en nuestro sistema público de salud, además de poder elegir a tu médico de cabecera tienes la certeza de que vas a ser atendido por una persona que está capacitada para realizar un diagnóstico de tus problemas y ofrecerte una solución que te libre de ellos. Tienes esa certeza porque para ejercer como médico debes demostrar que has obtenido una titulación académica que garantiza que posees los conocimientos necesarios para ejercer esa profesión. En nuestro sistema educativo ocurre exactamente lo mismo, un docente no puede dar clase de una determinada materia si no demuestra que tiene los conocimientos necesarios para ello. Y los funcionarios de la administración pública han tenido que superar unas oposiciones que les acreditan las aptitudes requeridas para el puesto de trabajo al que aspiran.

Sin embargo en política no es, ni debe ser así. Determinadas titulaciones académicas pueden llegar a ser muy convenientes, aunque creo que no son imprescindibles y además, estoy convencido de que poseerlas no es suficiente. La política es algo muy complejo. Puedes aplicar satisfactoriamente una solución a un problema determinado en un momento concreto y provocar un auténtico desastre aplicando la misma solución al mismo problema en otro momento determinado. Esto es debido a los parámetros que afectan a sus problemas, que son innumerables y están en continuo cambio. La demostración de las capacidades para dedicarse a la política requiere de otros métodos.

Cuando un presidente es elegido mediante unas elecciones democráticas, o un ministro es elegido a dedo por éste, se dispone a realizar una función importantísima y trascendental, una función que nos va a afectar a todos en grado sumo y que entre otras muchas cosas va a decidir el tipo de educación que los ciudadanos recibamos,  las condiciones de trabajo que tengamos que soportar en nuestra vida laboral, las prestaciones sociales a las que tenemos derecho si estamos en alguna situación de incapacidad, o los obstáculos con los que nos encontremos cuando necesitemos con urgencia que nos atiendan en un hospital. Ante semejante responsabilidad ¿no sería conveniente e incluso necesario que los ciudadanos tuvieran cierta tranquilidad y cierta seguridad, de que quien se ocupe de estas tareas no va a llevar a cabo determinaciones que puedan arruinar sus vidas durante años? ¿Qué garantías tenemos los ciudadanos de que estas personas están capacitadas para resolver eficazmente nuestros problemas? ¿Quién se encarga de asegurar que estas personas poseen las habilidades y destrezas necesarias para ocupar un cargo de ese tipo? ¿Por qué en política no tenemos este tipo de garantías y sin embargo en otros asuntos de la vida pública sí las tenemos?

Desde el comienzo de nuestra democracia han sido muchos los políticos - presidentes de gobierno, ministros, presidentes de comunidades autónomas, alcaldes, concejales – que se han ocupado de nuestros intereses. Y desde entonces han sido muchos los que han hecho una labor encomiable, hasta el punto de que algunos ciudadanos muestran un enorme agradecimiento hacia ellos. Pero también es verdad que algunos otros han demostrado ser unos auténticos ineptos y eso ha provocado un perjuicio –a veces muy grave- a los ciudadanos. Está claro que “en todos los lugares cuecen habas”, y que en todos los trabajos y profesiones nos encontramos con personas muy válidas y con otras que lo son mucho menos. Pero en el caso de la política, debido a las tareas tan importantes de las que se ocupa, ¿no sería conveniente e incluso necesario ser mucho más exigente con las cualidades que deben reunir nuestros futuros representantes para minimizar los daños que estos pueden provocar? ¿No es posible prever que un determinado aspirante a un cargo político no va a ser capaz de afrontar satisfactoriamente los cometidos que su posición le obliga a realizar? ¿No se deberían exigir ciertas aptitudes, cualidades, capacidades, destrezas y habilidades que transmitan a los ciudadanos la seguridad de que la gestión política y dadas las circunstancias del momento, va a ser mínimamente aceptable?

A lo largo de los últimos años hemos visto incluso alguna situación de riesgo extremo, cuando algún que otro personaje grotesco, extravagante, que se gana la vida haciendo el ridículo de la manera más repugnante, ha tenido la desfachatez de presentarse a unas elecciones como quien se presenta a un “reality show” televisivo. Afortunadamente la cosa no ha llegado a mayores gracias a la responsabilidad de la mayoría de los ciudadanos, pero, ¿qué hubiera pasado si éstos le hubieran dado su apoyo? Ante despropósitos tan palmarios como éste, ¿merecemos los ciudadanos que se ponga en riesgo nuestro bienestar? ¿Tenemos que resignarnos a la posibilidad de que una persona de características similares pueda acceder a las labores de un gobierno y arruinar nuestras vidas? ¿No debería nuestro sistema de derecho disponer de algunos mecanismos que custodien nuestro futuro?

Habrá ciudadanos que piensen que esas garantías que necesitamos vienen dadas en los programas políticos de los diferentes partidos, como si un programa político fuera un libro de instrucciones que hay que seguir para combatir las vicisitudes a las que nos enfrentamos diariamente. Y habrá quienes crean que al ser los ciudadanos los que elegimos a nuestros representantes, las garantías vienen dadas por nuestra elección, sin darse cuenta de que muchas veces estamos obligados a elegir entrelo malo y lo peor. Como prueba de esto, hagamos memoria de lo que ocurrió en la Alemania de 1933; un Adolf Hitler que había plasmado su pensamiento años antes en su famoso “Mein Kampf” fue elegido mayoritariamente por los ciudadanos. Lo que vino después, ya lo conocemos todos.

Llegado a este punto, podríamos decir que la voluntad no basta para gobernar –tampoco el talante como alguno creía- sino que todo gobernante debe de reunir una serie de cualidades y cumplir una serie de condiciones. Algunas son evidentes: Por ejemplo, desde el punto de vista moral, nadie debería llegar a un gobierno si previamente no se ha comprometido con la libertad y opuesto tajantemente y sin titubeos al terrorismo. Y es esto precisamente lo que requiere un debate y una discusión: la necesidad de establecer unas condiciones y cualidades mínimas que todo gobernante debe reunir, con el objeto de que si bien no nos aseguran que todo será maravilloso, al menos, fortalezca nuestra confianza en quienes nos representan.

Considero que es una necesidad imperiosa porque el principal problema de la política son los propios políticos. Los ciudadanos no solamente nos tenemos que enfrentar a los problemas que la vida cotidiana nos presenta, sino que además, nos vemos obligados a soportar los daños que la ineptitud de algunos provoca. No se trata ni mucho menos de convertir nuestra democracia en una aristocracia, y tampoco de pretender que nuestros representantes no comentan equivocaciones ni errores ya que esto es inherente a la condición humana, sino de establecer unas condiciones mínimas y suficientes, - que nada tienen que ver con ideologías -,  que nos permitan ver el futuro con un poco más de optimismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario