"Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío"   Don Quijote de la Mancha

sábado, 22 de octubre de 2011

¿El final de ETA?

La declaración del cese definitivo de la violencia por parte de ETA me ha producido una cierta inquietud por conocer los acontecimientos reales que se han producido alrededor de la banda en los últimos meses. Son ya unas cuantas, las veces que hemos oído a los terroristas hablar de “treguas” y “negociaciones”, por lo que hay razones suficientes para la desconfianza, la prudencia y la cautela. De lo que estoy convencido es que de buenas a primeras, no han decidido dejar de hacer de manera gratuita algo que llevan realizando durante más de cuarenta años.

La noticia en cuestión es un claro ejemplo de relación causa-efecto, en el que el valor del efecto, –el cese definitivo de la violencia- está determinado por su causa. Y la causa del acontecimiento solamente puede ser de dos tipos: el primero tiene que ver con la hipótesis de que ETA se encontrara tan acorralada y tan asfixiada que no le quedase más remedio que rendirse. El segundo tiene que ver con la hipótesis de que ETA vislumbre en un horizonte cercano la seguridad de alcanzar los objetivos que lleva persiguiendo durante más de 40 años. Una hipótesis que a mi juicio cobra fuerza desde que Bildu entró en las instituciones, y que si se convirtiera en hecho, borraría de un plumazo las esperanzas de encontrar la paz definitiva. Porque no es lo mismo dejar de matar porque ya no puedes, que dejar de matar porque ya no te interesa, ya que esto último depende exclusivamente de uno mismo y por tanto es fácilmente reversible,  y lo primero, únicamente de las circunstancias. 

Sea cual sea la causa de la decisión de la banda, si yo fuera una víctima del terrorismo tendría claro lo que desearía para acabar definitivamente con una pesadilla que dura casi medio siglo. Lo primero, obligar a ETA a que se disuelva y entregue las armas. Lo segundo, exigir garantías de que no se va a declarar ningún tipo de amnistía contra aquellos presos con delitos de sangre, es decir, exigir el cumplimiento íntegro de las penas. Y por último, y una vez dado lo anterior, iniciar un proceso hacia la consolidación de la paz que se lleve a cabo por  el camino de la más absoluta legalidad y justicia, sin concesiones ni negociaciones que supongan una humillación a las víctimas del terrorismo.

Sin embargo no me preocuparía en absoluto que los asesinos no me pidieran perdón. Me daría exactamente igual porque exigir a alguien que te pida perdón implica necesariamente un mínimo grado de simpatía, estima, aprecio o respeto hacia ese alguien. Exijo a un amigo que me pida perdón porque me gustaría seguir contando con su amistad, exijo a un familiar que me pida perdón porque deseo que las relaciones familiares sigan siendo buenas, o exijo a un vecino que me pida perdón porque me incomodaría encontrarme con él y no poder al menos saludarle. Si fuera una víctima del terrorismo, lo que sentiría por el individuo que me ha destrozado la vida sería el mayor de los desprecios, y el deseo de que pase la mayor cantidad de tiempo bajo rejas. No olvidemos que el cumplimiento íntegro de las penas pertenece al ámbito de la justicia, y la petición de perdón al ámbito de lo moral, y de quienes asesinaron a mi padre, a mi hijo o a mi hermana, no es posible esperar ninguna grandeza moral. Por tanto creo que en este asunto conviene centrarse en caminar por la senda de la justicia y dejar para otros asuntos de la política la senda de lo moral.