"Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío"   Don Quijote de la Mancha

viernes, 2 de octubre de 2015

Las bondades del capitalismo



Para comprender la historia que os voy a contar, es necesario tener en cuenta el siguiente dato sacado de wikipedia: 

Según el Informe de Desarrollo Humano de 2014 del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) uno de cada cinco habitantes del mundo vive en situación de pobreza o pobreza extrema. Es decir, 1.500 millones de personas no tienen acceso a saneamiento, agua potable, electricidad, educación básica o al sistema de salud, además de soportar carencias económicas incompatibles con una vida digna. 

Vivir en una situación de pobreza extrema en un país subdesarrollado implica vivir con menos de 1,25$ al día. En 1990 había aproximadamente el doble de personas en situación de pobreza extrema, es decir 3.000 millones. Pero esto no quiere decir que 1.500 millones de personas hayan salido de la pobreza. Lo que quiere decir es que 1.500 millones viven al día con más de 1,25$, por lo que muy probablemente haya millones de personas que saliendo de esa pobreza extrema vivan con 1,50$ al día.

Érase una vez, un pequeño país muy muy rico situado en un lugar muy poco visitado por el hombre civilizado. En Minerolandia, que así se llamaba el país, vivía un poblado de unas 200 personas llamadas minerolandeses, todas ellas muy muy pobres. Vivían con un dólar al día, a pesar de que en el subsuelo de su país había cientos de toneladas de valiosísimos minerales. Debido a su pobreza, los minerolandeses nunca habían ido a la escuela, nunca habían recibido ningún tipo de educación y, aunque eran conscientes de que debajo sus suelos había algo muy valioso, no sabían qué hacer con ello, no sabían para qué podría servir, no sabían, en definitiva, utilizarlo para fabricar algún tipo de bien.

Vivían de la agricultura gracias a las enormes extensiones de terreno de las que disponían. Con mucho esfuerzo y sacrificio, conseguían obtener un excedente agrícola que vendían al país vecino, muy cercano ya que los habitantes de Minerolandia habían construido su poblado al lado de la frontera. Pero los minerolandeses estaban cansados; cansados de trabajar todos los días desde el amanecer hasta el anochecer, de trabajar exclusivamente con las manos por no disponer de ningún tipo de maquinaria ni tecnología, cansados sobre todo, de llevar desde siempre viviendo en la miseria y por tanto de formar parte de esa lista de países que viven en la pobreza extrema. Ellos sabían que eran uno de los pueblos con mayor pobreza del mundo pero no encontraban la manera de salir de ella.

Un buen día aterrizó sobre el país una avioneta. Ante un acontecimiento tan novedoso, los minerolandeses se acercaron al lugar del aterrizaje y vieron salir del aparato a un hombre muy bien vestido. Al bajar de la avioneta, el norteamericano como supieron posteriormente, les propuso un trato: “sé que debajo de estas enormes tierras tenéis algo que yo podría utilizar. Si me dejáis extraerlo, os daré a cada uno de vosotros 2$ al día mientras dure la extracción”.

Las palabras del norteamericano provocaron todo un revuelo entre la población. Todos se mostraban felices, agradecidos, incrédulos ante la suerte que acababan de tener; todos menos uno porque la persona más anciana del lugar, al escuchar lo que decían sus vecinos mientras permanecía sentado sobre una piedra, se levantó y les dijo: “No aceptéis semejante burla, no permitáis extraer lo que tenemos debajo de nuestras tierras. Tened en cuenta que…” pero sin dejarle terminar, un hombre que se encontraba al lado de él, lo cogió por la solapa, lo zarandeó y le dijo: “Pero, ¿Qué dices viejo loco? ¿Cómo no vamos a aceptar el trato? ¿Quieres que sigamos viviendo en la miseria? ¿Acaso no es mejor vivir con 2$ al día que estar trabajando todo el día para ganar solamente 1$? ¡Ahora tenemos la oportunidad de vivir toda nuestra vida sin trabajar porque debajo de nuestras tierras hay cantidades infinitas de minerales! ¡Además viviremos mejor, con más dinero, y aunque siga siendo muy poco al menos es más de lo que tenemos! ¡Vete para tu casa y déjanos en paz!

El anciano que no se encontraba con suficiente fuerza para rebatirle, se dio media vuelta y se volvió al poblado. Mientras tanto, los minerolandeses le dijeron al norteamericano que podía empezar cuando quisiera siempre y cuando cumpliera su promesa de pagarles a cada uno 2$ diarios mientras dure la extracción. 

.- Estupendo, mañana mismo empezaré –dijo el norteamericano- y mañana mismo comenzaré a daros el dinero a primera hora de la mañana.

Al día siguiente y cumpliendo con lo previsto, los minerolandeses recibieron su dinero a primera hora de la mañana y el norteamericano junto a sus ayudantes comenzaron a extraer los minerales de las tierras situadas a las afueras del poblado. Comenzó así un período de cuatro años en los que los habitantes de Minerolandia recibían diariamente 2$ sin hacer nada, viviendo totalmente despreocupados, sin importarles en absoluto lo que hacía el norteamericano.  A decir verdad, solamente tenían una preocupación: recibir su dinero diariamente y no hacer nada.

Un año después, los medios de comunicación de todo el mundo hablaban “del milagro”: la economía norteamericana estaba creciendo a un ritmo increíble, las empresas de construcción subían en bolsa como la espuma, el desempleo disminuía.
.- “¡Esto no es un milagro, esto es el capitalismo!” –decía el gobernador de Washington. “¡El capitalismo nos ha permitido tener trabajo, ser más ricos, vivir mejor! ¡Larga vida al capitalismo!” –decía.
El gobernador de Nueva York decía: ¡Los minerolandeses han salido por primera vez en su historia de la extrema pobreza, y ha tenido que ser el capitalismo el que lograra esto! ¡Viva el capitalismo y viva EEUU!

Así discurrieron tres años más. La economía norteamericana crecía y crecía, la gente invertía en bolsa para ganar más dinero, compraban casas, automóviles, tecnología, gastaban cantidades ingentes de dinero en viajes de placer. EEUU estaba viviendo, quizás, su época de mayor esplendor.

Mientras tanto en Minerolandia todo seguía igual. La felicidad reinaba porque los ingresos que les daban el norteamericano les permitían ir al poblado vecino a comprar aquello que necesitaban. Adquirían exclusivamente lo justo y necesario para sobrevivir, ya que con 2$ al día, aunque los precios de los bienes eran muy bajos, no podían permitirse nada más que lo exclusivamente imprescindible. 

Pero un buen día, cuando los minerolandeses se despertaron, no vieron depositados en la entrada de sus chabolas los 2$ que durante 4 años llevaban recibiendo. Extrañados, se reunieron, y fueron a visitar al norteamericano a los terrenos en los que estaba trabajando. Cuando llegaron allí, se encontraron con algo completamente inesperado, con un paisaje absolutamente desolador. El norteamericano se había ido junto a sus ayudantes y sus máquinas, pero lo peor de todo es que lo que antes eran grandes extensiones de cultivos ahora no era más que rocas, terrenos completamente destrozados e inservibles y un sinfín de restos de agentes químicos que hacía de aquello un lugar irrespirable. 

Ante tal panorama, los minerolandeses, sin saber qué hacer ni decir, recordaron que cuatro años antes, el más anciano del poblado les había aconsejado no aceptar el trato del norteamericano. Dirigiendo todos la mirada hacia él y esperando escuchar algunas palabras suyas, el viejo dijo: “Esto era lo que os quería haber dicho en su día y no me habéis dejado. Pensasteis que un desconocido iba a venir a arreglaros la vida, pero el desconocido vino a arreglar la suya y a arruinar la nuestra. Hoy, ya no tenemos dinero… y tampoco tierras”.

Así que los minerolandeses no tuvieron más remedio que emigrar al país vecino y volver a trabajar allí en el campo por menos dinero de lo que ganaban cuando trabajaban en su país. El norteamericano se hizo multimillonario pero EEUU comenzó poco a poco a ralentizar su crecimiento económico; los minerales se habían acabado, las empresas no podían ser tan productivas y por tanto el desempleo empezó a aumentar. Las deudas acumuladas por los ciudadanos durante los años anteriores ya no se podían pagar y la economía estadounidense volvió a revivir el infierno de 1929.