Esta es la historia de Asier, un vasco que Bilbao le vio nacer un
15 de febrero de 1975. Tuvo una adolescencia feliz, marcada por la
referencia de su padre por quien desde muy pronto sintió una gran
admiración. Aprendió de él a disfrutar de muchas de esas cosas que
la vida es capaz de ofrecer; de la montaña con largas excursiones
por la cordillera cantábrica; del ciclismo con carreras por las carreteras de Vizcaya; de las salidas en barco en los meses de verano
o de aquellas sesiones de cine en las frías tardes de invierno.
Se acordaba de todo esto con cariño y con nostalgia mientras iba
en tren de camino al trabajo. Con la cabeza apoyada en la ventana
y la mirada perdida, se acordaba también con cierto desagrado de
aquellos momentos difíciles que tuvo que vivir cuando era más
joven. Fueron días de angustia y nerviosismo, de miedo y de dolor;
circunstancias en las que desconocidos entraban y salían de su casa;
momentos de llamadas telefónicas extrañas, tiempos de silencio.
Cuando ETA cometía un asesinato, su alegre vida sufría una especie
de parada en el tiempo.
Su padre, que era un ferviente nacionalista le había contado
muchas de las historias de los vascos; sus orígenes, su lengua,
mitos y leyendas como la de Arrigorriaga formaban parte de un bagaje
cultural del que se sentía muy orgulloso. Quizás fuera esto lo que
cumplidos los dieciocho años le llevara a estudiar en la Complutense
de Madrid la especialidad de Geografía e Historia. Quería conocer
historias de otros lugares, de otros pueblos, otras culturas y pensó
que esos estudios eran los más adecuados para ello. Necesitaba
además salir de Bilbao, quería conocer otros lugares y esa era sin
duda una gran oportunidad.
En la universidad conoció a Raúl, un madrileño que al igual que
a él le apasionaba la historia. Tenían muchas cosas en común pero
había otras tantas que mostraban sus grandes diferencias. Raúl
acababa de afiliarse al Partido Popular y no podía ocultar su
alegría por estar trabajando desde el principio de una manera muy
activa. Asier no era militante de ningún partido político pero en
las últimas elecciones había votado al PNV. Discutían muchas veces
sobre las ventajas o inconvenientes de los nacionalismos, del Estado,
de un tipo de economía o de otra, pero siempre lo hacían con
un gran aprecio y con un respeto absolutamente admirable.
Pasado el tiempo, un día de su último año de carrera Asier se
levantó temprano para llegar con tiempo a la universidad. Mientras
tomaba el desayuno veía en su televisor los informativos matinales
que le facilitaban estar al día de la actualidad política. Cuando
ya estaba a punto de terminar, le sorprendió una noticia de última
hora que le cambiaría la vida por completo y para siempre. En la
parte superior derecha de la imagen apareció en un pequeño recuadro
una fotografía de su padre. En el centro, la presentadora relataba
la muerte de una persona en un atentando de ETA a primera hora de la
mañana. El autor, su padre, había sido detenido por
la Ertzaintza y acabaría los últimos veinte años de su vida
en una lejana prisión.
Mientras el tren reducía la velocidad para recoger viajeros en la
próxima estación, recordaba con extraordinaria nitidez el impacto
que la noticia le había provocado aquel día. Fueron aquellos,
instantes en los que el tiempo se detuvo, momentos cargados de
emociones y sentimientos extraños. El desconcierto, la confusión,
la incertidumbre y la incredulidad habían marcado las primeras horas
de aquella fatídica mañana. Su padre, la persona que más admiraba
en el mundo, la persona que le había enseñado casi todo lo que
había aprendido, había cometido el acto más reprobable que uno
podía imaginarse. Comenzó así un largo periodo marcado por visitas
a psicólogos y psiquiatras, meses de ingesta de pastillas, noches
enteras de insomnio y de cientos de preguntas sin respuesta.
En la facultad habían aparecido pintadas en las paredes de los
baños que decían “Asier es un terrorista” y los profesores
comenzaron a mirarle con cierto recelo. Las largas horas de estudio
no servían para aprender las últimas lecciones que le quedaban para
licenciarse y sus compañeros de facultad le había dado la espalda:
todos menos Raúl. Este pensaba que él no era el culpable de lo que
había pasado y por tanto no tenía ningún tipo de responsabilidad.
Así que permaneció a su lado y le ayudó en todo aquello que pudo
para hacerle la vida más llevadera. Finalmente, Asier abandonó la
universidad a mitad del curso, regresó a Bilbao y comenzó a
trabajar cerca de allí en un centro comercial.
Cuando ya habían pasado unos meses de su regreso a Vizcaya,
recibió una llamada telefónica de Raúl y se inició entonces una
conversación que jamás podría olvidar.
- - Oye Asier, si nos juntamos unos cuantos tenemos pensado irnos el fin de semana a Salamanca a divertirnos un poco, ¿te apuntas?
- - Te lo agradezco Raúl, pero el domingo por la mañana hay una manifestación que convoca la izquierda abertzale y me gustaría ir.
En ese momento se hizo un silencio absoluto, incómodo y más
largo de lo normal. Poco después Rául le dijo:
- - Oye Asier..., ummmm, ya se que nunca hemos hablado de esto pero....., no se muy bien como decírtelo.... yo la verdad es que.... ummmmm, la verdad es que no quiero que tu padre salga de la cárcel.
Se produjo de nuevo otro silencio, esta vez más largo y se
percibía una pequeña tensión al otro lado del teléfono.
- - Yo quiero que tu padre cumpla la condena que la justicia le ha impuesto. Creo que sería muy injusto si...
- - ¡Raúl!, ¡Raúl!
- - … los familiares de la víctima...
- - ¡Raúl!, ¡escúchame por favor!
- - Sí perdona -dijo Raúl más sosegado.
- - Es una manifestación a favor del acercamiento de los presos de ETA, ¡sólo eso!. Oye, yo estoy al mismo lado que tú ¿sabes? así que ahórrate el discurso. Estoy con las víctimas. Yo tampoco quiero que mi padre salga de la cárcel. Quiero que cumpla la pena que le ha impuesto la justicia. Jamás le perdonaré lo que ha hecho pero no estoy dispuesto a recorrerme en coche con mi familia mil kilómetros cada vez que quiera ir a verle. No creo que sea necesario, ¿no te parece?.
Después de otra pequeña pausa Asier insistió:
- - Lo entiendes, ¿verdad?
Raúl asimilaba lo que Asier le acababa de decir, y después de un
rato le dijo:
- - ¡Asier!... espérame el domingo en la estación de tren, iremos juntos.
Cuando Raúl colgó el teléfono permaneció durante un rato
sentado en la cama fijando la mirada al suelo y preguntándose si
había hecho bien. No estaba del todo seguro pero después de
reflexionar se convenció de que no había nada de malo en solicitar
el acercamiento de presos siempre y cuando se cumplieran las
condenas.
Así que a primera hora del domingo Raúl cogió el tren hacia
Bilbao. El día había amanecido soleado y a las 11 de la mañana
Asier recogió a Raúl en la estación. Se dirigieron al punto de
partida de la manifestación y cuando llegaron se colocaron en las
primeras posiciones. Raúl no podía disimular su incomodidad, nunca
le había gustado ese ambiente; siempre le había repugnado todo lo
relativo a la izquierda abertzale y sin embargo, se encontraba
compartiendo con ellos una causa que realmente a él no le
interesaba, pero que significaba una excelente oportunidad para
demostrar a su buen amigo que siempre podía contar con él para
luchar por aquello que consideraba justo.
- - No te preocupes Raúl, no pasará nada. Será absolutamente pacífica y cuando lleguemos al final del recorrido nos iremos inmediatamente -le dijo Asier en voz baja.
Saber que se irían pronto de allí tranquilizó a Raúl, y poco a
poco fue sintiéndose más cómodo entre todas esas personas con las
que no simpatizaba. Comenzó la manifestación y los de las primera
fila comenzaron a gritar algunas palabras que Raúl no entendía.
- -¿Qué dicen? -preguntó Raúl.
- -“Acercamiento de presos ya” - le respondió Asier con una mirada de agradecimiento.
Al llegar la manifestación a su punto final Asier acompaño a
Raúl a la estación de tren. No se podía quedar más tiempo porque
al día siguiente tenía que entregar en la sede del partido una
documentación sobre un proyecto medioambiental sobre el que estaba
trabajando. Cuando llegó el tren que llevaría a Raúl de regreso a
Madrid, Asier se despidió de él abrazándole efusivamente, dándole
a entender lo mucho que le agradecía todo lo que había hecho por
él.
El lunes llegó pero Raúl decidió quedarse un poco más de
tiempo en la cama; estaba cansado del viaje de ayer y necesitaba
dormir un poco más. Llegó a la sede sobre las 11 de la mañana y
desde que entró por la puerta hasta que se sentó en su mesa había
notado alguna mirada extraña en algún compañero; trataban como de
evitarle. Se sentó en su mesa, se agachó para meter en el cajón
inferior la documentación que había traído y fue entonces cuando
notó un fuerte ruido encima de la mesa; alguien había dejado caer
sobre ella un periódico. Con el ceño fruncido lo cogió, lo colocó
del derechas y pudo ver en primera página una fotografía enorme
situada debajo de un titular que decía “Manifestación a favor de
ETA en Bilbao”. -¡Vaya manipulación! -se dijo así mismo Raúl. Centró la atención en la fotografía y se vio a sí mismo junto
Asier en el medio de la imagen con una nitidez que hacía imposible
negar que era él. Horas después supo que la casualidad había hecho
que se hubieran colocado al lado de un conocido dirigente abertzale. Antes de terminar de leer la noticia escuchó al
coordinador pronunciar su nombre. No le había sentido acercarse.
Cuando Raúl levantó la cabeza el coordinador le dijo:
- - No puedes continuar en este partido. Coge tu cosas y vete.
Con una mezcla de rabia e incredulidad, Raúl se levantó, cogió
sus pertenencias y se dirigió a la puerta de salida. Nadie se acercó
para despedirse de él pero cuando estaba caminando por el pasillo
para salir del edificio vio llegar a Fernando, el compañero con el
que estaba trabajando en el proyecto medioambiental y la persona con
la que mejor se llevaba en el partido. Cuando estaban solamente a
unos pasos de distancia Raúl hizo ademán de saludarle, pero
Fernando le apartó la mirada y continuó como si no le hubiera
visto. Solo unos segundos después, pudo oír a su espalda unas
palabras que le llenaron de profundo dolor:
- - ¡Adiós etarra!.
Cuando llegó a su casa, Raúl telefoneó a Asier para contarle lo que
había sucedido.
- - ¿Qué dices?, ¿en serio?, pero... ¿así sin más?, ¿sin ninguna explicación? -preguntó Asier con gran asombro.
- - Sí, así sin más. ¿Te acuerdas de aquello que decíamos siempre cuando estudiábamos la asignatura de historia del siglo XX? -preguntó Raúl
- - Sí claro. Aquello de que “las personas somos muy dadas a juzgar y muy poco dadas a intentar comprender” ¿verdad?
- - Sí, y es algo que nunca cambiará de la condición humana. ¡Oye Asier!, avísame la próxima vez que vayas a una manifestación de esas ¿vale?
En ese momento el tren se detuvo. Asier miró a través de la
ventana y vio que había llegado a su destino. Se bajó del tren y
echó a caminar. Comenzaba así otro duro día de trabajo.